I
El ardor de mi cuerpo
expresa la experiencia vivida en una sola noche, por una mujer con la piel
cansada y sus huesos rotos.
Soy una anciana joven
que posee un holocausto en sus ojos.
Los colores dejan ver,
ante la negrura tibia de mi visión, que no son quienes dicen que son. Se
tergiversan, y no les importa que los vea desnudarse y copular de esa manera tan
pegajosa, caliente y embriagante. Saben quién soy; ya no temen los sonidos profundos,
perfectos, rectilíneos y ondulantes que provocan agujeros de ácido en mi
estómago vacío-triste.
El corazón duerme
hundido en un sueño desvanecido ante la fuerza ejercida la noche anterior. Hoy
prefiero descoser y actuar lo que dicta la pureza biológica.
II
Cabeza: te llenaste de
aire como un globo. ¿Acaso a los globos les dolerá hincharse y permanecer, así,
inestables y volátiles? El aire que circula en mi cabeza no tiene cabida y la
tiene. Duele, cruje, desplaza cada placa ósea de mi cráneo y presume con
frialdad una mirada aguda alimentando la congestión.
Las ideas nutren el
aire. Todo aparece. Caen del cielo prohibido, de los rincones menos apreciados
variedad de ideas vagas, algo recalcitrantes.
Arrastro los pies.
¿Podría intentar
darle salida a ese aire como se
acostumbra a quitar el agua de los oídos?
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