sábado, 8 de noviembre de 2014

Griselda

Griselda era pequeña y caminante. Dibujaba estrellas en paises extraños y soñaba con comer chocolate de la savia de los árboles. Deseaba extinción del hambre y tenía apetito musical.
Ella, Griselda, solía desmenuzar piedritas del río, las humedas olvidadas por los duendes en lugares propicios para realizar los brebajes de la comuna. Con las piedritas del río nose doblegaba y era un escape a trotes enorme, marcando la sonoridad en el tiempo y el espacio. Su forma se contoneaba bajo la luz perla de la luna, ante el viento en sus cabellos, ante la piel herida de sus deditos de pétalos rosados, rociados de las gotitas nimias del cielo plomo, descansado, letargo de fines de semana grises, grises
grises
tan grises.
se juntan todas las nubes mientras Griselda paseaba por la cuadra siguiente de su casa, con las manos hacia atrás debajo de la cintura, con sus trenzas oscuras brillantes sobre su vestido de flores con lazos verdes , envolventes
serpientes
de cascabel cuando mi abuela postiza las veía y le comentaba que hacen sonar su cascabel donde resguarda el mensaje de su prole, de su herencia de largas y rastreras, escamosas y perfectas, ondeantes como en el agua como en el cielo en el aire
de crepúsculo
de histeria de horizonte.
Así, así toda era Griselda quién se detenía a mirar las nubes, en la fila de las escuela al cantarle a su bandera, a mirar el juego de sus risas silenciosas, como lenguaje de golondrinas con pancitas blancas moviéndose de un lugar a otro. Griselda se olvidaba dentro y fuera de casa, en los rincones de hormigas laboriosas, de castillos de arena con piedras preciosas, en las hojas, en la bicicleta rosa tan sola sola anda sola y así aprendió a andar en bici una tarde cuando no había nadie
solo su libertad
su voluntad
su hermosura
de niña estrella
nube encantadora
de duendes magos
y de amor de infancia.