martes, 21 de octubre de 2014

Pequeña Migraña





I
El ardor de mi cuerpo expresa la experiencia vivida en una sola noche, por una mujer con la piel cansada y sus huesos rotos.
Soy una anciana joven que posee un holocausto en sus ojos.
Los colores dejan ver, ante la negrura tibia de mi visión, que no son quienes dicen que son. Se tergiversan, y no les importa que los vea desnudarse y copular de esa manera tan pegajosa, caliente y embriagante. Saben quién soy; ya no temen los sonidos profundos, perfectos, rectilíneos y ondulantes que provocan agujeros de ácido en mi estómago vacío-triste.
El corazón duerme hundido en un sueño desvanecido ante la fuerza ejercida la noche anterior. Hoy prefiero descoser y actuar lo que dicta la pureza biológica.
II
Cabeza: te llenaste de aire como un globo. ¿Acaso a los globos les dolerá hincharse y permanecer, así, inestables y volátiles? El aire que circula en mi cabeza no tiene cabida y la tiene. Duele, cruje, desplaza cada placa ósea de mi cráneo y presume con frialdad una mirada aguda alimentando la congestión.
Las ideas nutren el aire. Todo aparece. Caen del cielo prohibido, de los rincones menos apreciados variedad de ideas vagas, algo recalcitrantes.
Arrastro los pies.
¿Podría intentar darle  salida a ese aire como se acostumbra a quitar el agua de los oídos?

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